Migajas de fiesta.

Siempre me apegue a la idea de la "indicada". Talvez un nombre usado en vano si me pongo a pensar en mis actos indecorosos o pensamientos inmorales. Detrás de cada chica que veía a pasar por la plaza, siempre tejía la fantasiosa idea de congeniar con una de ellas y llegar a algo bonito, una inclinación alimentada por las numerosas películas de amor que disfruto ver cada domingo por la noche. Qué puedo decir, tengo una debilidad por las películas.

Después de visualizar en los colegios que irían nuestros hijos y la carga hipotecaria, me retiro y me voy a dar una función a mi cuerpo, caminar y caminar sin parar, me sumergo en canciones pop-rock. Aunque voces se entrometian: Hey tarado, por qué no le hablaste, maldito Marica, déjate de cobardia y háblale. La cual intento esquivar con los sonidos inmensos de los auriculares. 
Siempre sostuve la creencia de que todo mejora con música; cada lugar desfavorecido revela una perspectiva admirable, y con la música, todo se tiñe de colores, infundiendo vida en cada rincón.
Eso incluía a mujeres, mayormente jóvenes, más grandes que yo. Mi hora indicada para observar y contemplar eran las 9 de la noche. Salia el verdadero rostro de la ciudad, lleno de alcohol, humo de cigarro, orine en paredes, y obvio mujeres, siempre con ropa ajustada, y envuelta en joyería y maquillaje. Me respingaba el olor fuerte de sus perfumes variados; rosas, fresas, uvas, etc. Era cotidiano esto, pero era más notable los sábados, abundaban los jóvenes con hambre de perdición, exceso de bebidas, el poder de liberarse de los atenuantes días de exámenes. Yo no iba por esa manada. 

Siempre me gustaba observar, no siempre es bueno en la fiesta es mejor lo que pasa despues o afuera de la fiesta; como peleas de parejas, amigos alocados, jóvenes peleando mientras sostienen una lata de cerveza , claramente la más barata y olor a mierda. Chicas se me acercan en busca de llenar su curiosidad por mi soledad en la que me refugiaba. Pero yo las ignoraba completamente, principalmente por la forma de vestir, repugnante, siempre eran de color negro, su cuerpo amoldandose al vestido, tanto que se visibilizaba los pezones, tanto como los muslos atrevidos, siempre con mucho maquillaje que las hacía similar a un payaso, medidamente ebrias.
Siempre me resultó curioso que algunas mujeres se maquillaran; creo que la verdadera belleza se encuentra en la naturalidad, y una mujer resalta aún más sin la necesidad de maquillaje.
Recuerdo cuando una se me acercó, tambaleándose se inclino y me saludo, de manera coqueta, poco a poco se acercaba en dirección de mis piernas, se sentó encima de mi, cruzo miradas conmigo, pero me molestaba el olor fuerte, seguramente era alcohol, cada vez que abría la boca, sentía una incomodidad en la nariz y mis ojos se entrecerraban debido al fuerte olor. Me levanté de la banca dando un ligero empujón a la muchacha, y los chicos que la acompañaban se empezaron a reír por la situación. Me retire incomodado con la cara roja.
Caminando me sentí con antojo de unas botanas, me dirigí a una tienda, pero estaba abundado de jóvenes con ropa muy holgada, con cortes medio fachosos, tres de los cinco que había, sostenian un "pucho", como si fuera algo de joven. Me la jugué y entré como un laberinto. 

Despues de comprar las botanas, un duro y ágil trabajo. Consumí las botanas mientras observaba al otro lado de la calle cómo la policía intervenía en la pequeña reunión de algunos venezolanos que bloqueaban la acera. Uno de ellos, alto y delgado con una barba similar a la de un chivo, sostenía un vaso de cerveza en la mano e intentaba apaciguar a los agentes. Sin embargo, más patrullas llegaron y llevaron a cada venezolano en autos, dejando tras de sí un espacio vacío con un persistente aroma a humo y alcohol. Me dirigí a mi casa. Prendí la computadora buscando un tierno video para entrenarme.

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